[A la luz del 50 aniversario del discurso “I Have a Dream” de Martin Luther King Jr. reflexionamos sobre el papel del activista frente al del intelectual.]
Al activista se le considera como aquel que lucha por el cambio de algo. La transformación que busca no es de cualquier tipo, sino que está encaminada hacia mejorar la condición que vive en su presente. Un ejemplo: alguien que, con el afán de que se contamine menos el medio ambiente, lucha porque no se usen bolsas de plástico y sí de papel o tela. Su lucha, sin embargo, no se puede limitar a no consumir bolsas de plástico cuando va al supermercado. Para hablar de activismo el cambio por el que se pugna tiene que fomentarse no solamente en términos individuales sino en términos sociales. Para seguir con el ejemplo: para ser un activista anti-bolsas de plástico se tiene que participar en actividades que promuevan o instauren el uso generalizado de bolsas de papel.
Todos sabemos que durante gran parte de su vida Martin Luther King Jr. (MLK) luchó públicamente por la igualdad racial y los derechos civiles. Organizó marchas, boicots y fundó organizaciones civiles. En este sentido, fue definitivamente un activista. Incluso se puede decir que, por el impacto que tuvo, fue uno de los más importantes activistas del siglo XX. Sin embargo, al mismo tiempo hizo algo que no siempre se recuerda: él mismo escribió y reflexionó en torno del objeto de su activismo, es decir, tuvo una producción intelectual propia relacionada con su lucha.
Más allá de sus conocidos sermones y discursos, MLK escribió una serie de libros en los cuales construyó su propio pensamiento político y social. Stride Toward Freedom: The Montgomery Story, publicado en 1958, fue el primero que apareció. Este texto es mucho más que una crónica del famoso boicot de autobuses de Montgomery en contra de las medidas racistas en el transporte publico. En él, MLK realizó una revisión de distintos autores (Thoreau, Marx, Aristóteles, Rauschenbusch), para luego establecer su propias nociones de lo que era la desobediencia civil y la no-violencia.
Seis años después publicó Why We Can’t Wait, obra en la cual da una explicación histórica del por qué había iniciado Movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos en 1963, y por qué había tenido las características que tuvo, particularmente la de no tratarse de un movimiento violento. En este libro, con base en su particular interpretación histórica, MLK se enfrenta a la visión gradualista (que pretendía conquistar poco a poco los derechos civiles) y justifica de manera teórica y jurídica la confrontación directa por medio de la desobediencia civil.
Posiblemente, el más sugerente de sus libros sea el último que publicó en vida, en 1967, Where Do We Go from Here: Chaos or Community?. Para escribirlo, MLK necesitó rentar una casa en Ocho Ríos, Jamaica, en la cual pasó un par de meses aislado (sin teléfono y sin participar de manera directa en acciones políticas). Al contrario de los anteriores, en este libro su autor no veía hacia el pasado sino hacia el porvenir: en él no reflexiona sobre lo que el Movimiento por los derechos civiles había realizado y logrado, sino sobre las acciones que debería emprender en un futuro. Para poder hacer esto, MLK dio forma a toda una teoría social fundamentada en la idea de que los americanos (sin importar su raza) deberían unirse para erradicar las injusticias y la pobreza. Con ello, de manera simultánea, atacaba a los movimientos negros separatistas y abogaba por la consolidación de una sociedad civil norteamericana que pudiera luchar en conjunto hacia un mismo fin: la justicia económica y social.
Este breve repaso por la obra de Martin Luther King Jr. permite que se afirme que además de ser un activista, fue un intelectual (profundamente comprometido). ¿En dónde radica la distinción? Mientras que el activista se limitaría a luchar por una causa, el intelectual tiene una influencia efectiva en la esfera pública producto de generar un corpus de ideas originales. Una precisión: no importa que sus ideas giren primordialmente en torno a cierto tema, lo que importa es tenerlas y diseminarlas, pues el intelectual basa en ellas, y en la incidencia que éstas tengan, su autoridad para después hablar acerca de cualquier tema.
El caso de MLK abre una serie de preguntas acerca de las diferencias (y semejanzas) entre los activistas y los intelectuales. ¿Qué haría de un activista un intelectual? O, de manera inversa, ¿qué hace que un intelectual sea también un activista? Si uno de los rasgos distintivos de MLK es que no sólo luchó por los derechos civiles y en contra de la desigualdad social, sino que pensó y escribió de manera original sobre estos temas, ¿todo activista que tenga una producción intelectual puede ser considerado un intelectual? ¿Existen hoy en día figuras que se asemejen a la de MLK? ¿Existen aún activistas que también sean intelectuales? ¿Será que ya no existe el intelectual comprometido, o será que los activistas ya no producen un corpus de ideas originales y de amplio alcance y tan sólo las toman de otros?
Al leer esta nota recordé un pasaje de un libro de S. Zizek donde discute una cierta “apropiación ideológica” de la figura de Martin Luther King, que habría limitado el grado de conocimiento sobre su activismo más allá del histórico discurso de 1963. Guste o no el estilo del esloveno, llama la atención sobre la complejidad de la trayectoria de MLK como activista y quizá también como intelectual. Lo transcribo:
“Henry Louis Taylor comentó recientemente: “Todo el mundo, incluso el niño más pequeño, conoce a MLK y puede decir que su momento cumbre fue el discurso “Tengo un sueño”. Pero nadie puede pasar de esa frase. Todo lo que sabemos es que este tipo tuvo un sueño. No sabemos cuál fue su sueño”. King se había distanciado mucho de las multitudes que le aclamaron en la Marcha sobre Washington de 1963, cuando fue presentado como “el líder moral de nuestra nación”. Tratar temas más allá de la simple segregación le había hecho perder mucho apoyo público, y se le consideraba cada vez más en un paria. Como señala Harvard Sitkoff “asumió los temas de la pobreza y el militarismo porque los consideraba vitales para hacer de la igualdad “algo real, no una simple hermandad racial, sino una igualdad de hecho” […] En el momento de su muerte estaba haciendo campaña sobre cuestiones como la pobreza y la guerra. Había denunciado la Guerra de Vietnam, y cuando, en abril de 1968, fue asesinado en Memphis estaba allí apoyando la huelga de los trabajadores sanitarios”. Saludos.
Esta entrada me recordó un pasaje de Zizek (“Primero como tragedia, después como farsa”), en el que discute cierta apropiación de la figura de Martin Luther King que habría resultado en que se conozca poco de su activismo más allá del histórico discurso de 1963. Guste o no el estilo del esloveno, creo que muestra la complejidad de la trayectoria de MLK como activista y quizá también como intelectual. La transcribo:
“Henry Louis Taylor comentó recientemente: “Todo el mundo, incluso el niño más pequeño, conoce a MLK y puede decir que su momento cumbre fue el discurso “Tengo un sueño”. Pero nadie puede pasar de esa frase. Todo lo que sabemos es que este tipo tuvo un sueño. No sabemos cuál fue su sueño”. King se había distanciado mucho de las multitudes que le aclamaron en la Marcha sobre Washington de 1963, cuando fue presentado como “el líder moral de nuestra nación”. Tratar temas más allá de la simple segregación le había hecho perder mucho apoyo público, y se le consideraba cada vez más un paria. Como señala Harvard Sitkoff “asumió los temas de la pobreza y el militarismo porque los consideraba vitales para hacer de la igualdad algo real, no una simple hermandad racial, sino una igualdad de hecho” […] En el momento de su muerta estaba haciendo campaña sobre cuestiones como la pobreza y la guerra. Había denunciado la Guerra de Vietnam, y cuando, en abril de 1968, fue asesinado en Memphis estaba allí apoyando la huelga de los trabajadores sanitarios”.
Saludos.
Estimados escritores. Me pareció bastante pertinente la presentación de estas dos facetas en la vida de Martin Luther King. Sin duda este personaje ha pasado a la historia por ser un luchador activo en pro de los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos. Ciertamente, en la percepción de las generaciones postreras ha dominado la primacía de la acción social y política en la historia de su vida. Si usáramos la división de Hannah Arendt podríamos afirmar que King prefirió la “vita activa” por encima de la “vita contemplativa”, de modo que la acción definiría su condición humana y su aportación a la historia. Sin embargo, ustedes nos recuerdan muy bien esa faceta de contemplación, pensamiento y reflexión propia del trabajo del intelectual, presentes en la vida de King.
Ahora bien, considero que pudieron enriquecer su análisis sobre la vida de King añadiendo una tercera dimensión que desde mi punto de vista define y dota de sentido a la vida de este personaje. Me refiero a la dimensión que podríamos etiquetar como pastoral, religiosa, espiritual o trascendental.
Antes que ser activista o intelectual Martin Luther King fue un pastor, un reverendo de tradición bautista que veía su vida bajo el cariz de la fe cristiana. Incluso, algunos sociólogos de la religión han situado a la obra teológica de King como coetánea al pensamiento y desarrollo de la teología de la liberación en América Latina. Considero imprescindible tener presente la dimensión de trascedencia y misión en la vida de este ministro para comprender y darle más sentido a su producción intelectual y a su trabajo como activista. Para ahondar más en la faceta pastoral de King, además de acudir a sus libros, debemos leer los discursos que dio en varios escenarios, pues era la inmediatez del discurso el nexo principal de este personaje con su audiencia. Permítanme citar tres ejemplos en contextos muy diferentes para evidenciar mi argumento.
Dado el 28 de agosto de 1963, “I Have a Dream” fue un discurso declamado frente a cientos de miles de estadounidenses de todo tipo de origen socioeconómico, racial y religioso en la capital del poder político en EU. Un serio análisis de la estructura de este discurso develará que King presenta una historia teleológica de la lucha por los derechos civiles. La estructura se asemeja a la literatura vetotestamentaria, en especial en el énfasis en la cautividad, la esclavitud y el sufrimiento de los “hijos de Dios” afroamericanos. La parte final revela la esperanza en la salvación de este pueblo y la conducción hacia la “tierra prometida” de la igualdad y la libertad.
El segundo discurso fue dado en un contexto muy diferente. El auditorio era predominantemente académico y letrado. Se trata del discurso en formato de conferencia dictado el 11 de diciembre de 1964, con motivo de la recepción del Premio Nobel de la Paz en Oslo. Titulado “The Quest for Peace and Justice”, el discurso es de mayor profundidad filosófica e histórica. El orador hace referencia a los principales problemas que enfrenta la humanidad de ese momento: la guerra, la injusticia racial y la pobreza. Presenta una serie de soluciones que a primera vista parecieran emanar de una reflexión filosófica e intelectual de evidente corte secular. Sin embargo, aunque subyace a lo largo de todo el discurso, en la última parte King presenta la solución al planteamiento del problema esbozado en el exordio. Naturalmente, esta solución, a modo de peroración, es de corte religioso- espiritual de evidente cariz cristiano. Si bien el cierre alude a realidades concretas de la lucha por los derechos civiles, el pastor no pierde nunca su investidura, aunque el escenario y el público disten mucho de ser parte de su congregación.
El tercer y último discurso al que me gustaría hacer breve alusión es un sermón. El escenario y el público son diferentes; se trata de las últimas palabras al público del reverendo el 3 de abril de 1968 en el Templo Mason de Memphis, TN. Titulado “I’ve Been to the Mountaintop”, el sermón tiene como objetivo presentar los pasos a seguir en la resistencia civil en Memphis. Sin embargo, de nuevo la estructura del discurso asemeja al Éxodo del pueblo israelita, pero en una faceta novedosa en cuanto a los demás discursos, pues el protagonista de la narrativa no es el pueblo sino el orador mismo. En estas solemnes palabras, King se presenta como un pastor con una misión clara: liberar al pueblo cautivo. De hecho, varios analistas del discurso especialistas en la historia de los derechos civiles han sugerido que el título de este sermón intenta trazar una analogía con Moises, pastor que estuvo en lo “alto de la montaña” recibiendo instrucciones divinas. Es impresionante que es asesinado horas después del único discurso público en que King se presenta como protagonista. De hecho, el mismo King habla de la indiferencia que le resulta la posibilidad de morir en aquella tarde de domingo lluvioso en Memphis.
Desafortunadamente el espacio me impide abundar más mi argumento. Cierro diciendo que para comprender a King en su integridad no basta su faceta de activista o intelectual, debemos ir más allá y presentar al lector la dimensión pastoral de su vida, pues el historiador, si quiere pintar un cuadro completo de su materia de estudio, debe saber traducir esta realidad tan presente en la vida de muchos grandes hombres en la historia de la humanidad.
Desde el punto de vista filosófico es lamentable que el ateísmo, el relativismo y la posmodernidad han situado la motivación espiritual como una materia de análisis prácticamente inexistente. Es peligrosa esta posición intelectual porque en aras de elaborar un único humanismo “real”, estas posturas tienden a distorsionar su interpretación de la realidad e incluso llegan a caer en terribles extremos. Ya Henri de Lubac denunció con mucha lucidez filosófica en “El drama del humanismo ateo” algunas de las consecuencias de estas posturas.
Estimados colegas, me congratulo que hayan dedicado una columna a este tema. Sigan ensanchando sus reflexiones a otras latitudes pues vaya que es enriquecedor.